Los Tres Rostros de la
Diosa en el Cristianismo
Mixtificando el
Cristianismo primitivo
Hay en el
Cristianismo Primitivo una serie de figuras, unas muy conocidas, al menos en su
parte pública, y otras menos, que presentan un gran número de paralelismos con
las “mitologías” de tiempos anteriores a ellas.
Por un lado
tenemos, empezando desde el principio, a Ana y Joaquín, padres de Maria, la
Madre. Pero ya era, antes que María, Ana Madre por sí misma, y anciana en
su maternidad, y como Anciana hemos de tenerla en la búsqueda de la Triple
Diosa dentro del Cristianismo. Madre y Anciana a la vez, y antes Anciana
que Madre, pues fue Madre siendo ya Anciana, o eso nos transmite la
Biblia.
Luego está la
segunda Madre, Madre hija de Madre, María, esposa de José. Como su madre,
desposada con un hombre cuyo nombre empieza por J., como Jano, o Ianus, el
Diano de los latinos, anterior a la contaminación de su panteón por las
aportaciones del más estético panteón griego. Jano es la deidad con dos
rostros, uno mirando al pasado, otro al futuro… la deidad masculina muere para
renacer como su propio hijo en los ciclos de la antigüedad. Y, curiosamente, no
hay representación de la muerte de las Madres.
Y la segunda
Maria, la Magdalena, hermana de Lázaro, el que fue y volvió (como otros antes
que él, iniciático rito de muerte y resurrección, y ejemplo para la humanidad
futura), para no morir hasta el último regreso de lo Divino Masculino, así lo
prometió Él. Pero no podemos olvidarnos de Marta, la otra hermana de Lázaro,
así Marta y María se convierten en la Isis y Neftis galileas, las
hermnas-esposas del Dios que Muere y Resucita (regresa la imagen de la
iniciación definitiva.
Quisieron hacer
confundir los que tenían miedo (y aun lo tienen) a la Magdalena con una
prostituta sin nombre que aparece y desaparece en la Biblia, pero no debemos
dejarnos engañar por esa imagen manchada que se ha propagado de ella, y aun si
lo fuera, ¿no estaría ya purificada por el contacto con Él, como limpió Krishna
a Sarasvati y Nichdali, que habían caído la primera en la prostitución y la segunda
en la servidumbre (¿idolatría?), tal vez trasuntos de las hermanas de Lázaro,
Marta y María (y convirtiendo tal vez a Arjuna, el discípulo amado de
Krishna en Lázaro, o Santiago, o Juan… nunca en Pedro).
Tenemos aquí a
cuatro mujeres (Ana, Maria Mater, María Magdalena y Marta) encarnando aspectos
de la Diosa Triple. Ana primero como Anciana, y posteriormente con su hija
María como madres (María, de mar, aguas fuente de vida). ¿Y no es María Madre
también Doncella, virgen le dicen algunos? Las hermanas del pueblo de Magdala
como aspecto oscuro (oculto) y luminoso de la Diosa en su madurez (Marta
significa “blanca”, como Alba), Isis y Neftis, o acaso, tal vez, Neith, la
Noche Generadora, la Noche Anterior al Día. De nuevo una deidad femenina de generación,
como la Madre del Mar… y antes de ellas la Madre de la Tierra, la abuela de
Todo y de todos, tal vez enmascarada como Ana, la abuela del Cristo de Galilea.
Y cuatro que son
tres, y tres que son una… porque dos no son sino una y la única.
Y un Dios
masculino que muere para nacer de una Diosa que no muere, sino que desaparece
para ser reemplazada por otra que no es sino la misma. Y hombres cuyos nombres
empiezan por J. Joaquín, José, Jesús, Santiago (que no es sino la deformación
de San Yago, o San Jano, otra vez el Dios de las Puertas y los caminos).
Otra vez a la
rueda, otra vuelta, otro giro, y otra repetición de la misma idea, como si
alguien, allá en el pasado quisiera asegurarse que comprendíamos el mensaje,
que el mensaje nos llegaba, que se transmitía a través del tiempo, una historia
con un Dios que muere y resucita de su propia semilla, y una Diosa
Triple, Doncella, Madre y Anciana, que no muere, sino que va cambiando entre
sus tres aspectos para volver al principio una y otra vez, un girar eterno de
la rueda de la existencia, consecución de muertes y de nacimientos, de
resurrecciones, de iniciaciones.
Yo solo lo
cuento, sacad vosotros vuestras propias conclusiones.