Cruatch
de los lobos
Tiempo atrás, en otras épocas, el reino de Huusen se había
extendido por el Gran Valle, un reino bárbaro, de hombres de mirada firme y
fuertes músculos, de pieles broncíneas y cabellos castaños, los señores de ese
reino habían caído, hacía tiempo ya, bajo la hechicería de los oscuros
sacerdotes zipakos, y con el tiempo los zipakos también desaparecieron de estas
tierras. Los adustos descendientes de los huusen descendieron de lo alto de las
montañas habiendo olvidado su historia pasada, solo quedando leyendas de lo que
una vez fue un gran reino, y allí, en la tierra de sus antepasados, los jefes
de las diferentes familias se reunieron en una noche de luna llena para sellar
un pacto, y esa noche, nació el clan del Lobo.
Aun se encontraban de vez en cuando restos de las antiguas
construcciones de los huusen, semienterradas en los bosques y cubiertas por la
vegetación y las raíces de los grandes árboles pango, algunas veces los más
valientes se adentraban en ellas y salían portando joyas antiguas, collares de
oro y anillos tallados en esmeraldas, otros nunca volvían a salir de los
laberínticos subterráneos, o volvían con las manos vacías, e historias de las
extrañas criaturas que moraban en
aquellas antiguas construcciones.
El joven Cruatch nunca había penetrado en una de esas
tumbas, él sólo conocía el valle, en él había nacido, en él vivía su clan, su
familia, en los bosques del gran valle acompañaba a los maestros cazadores de
la tribu, donde estos lograban sus presas de entre la fauna que lo habitaba, el
valle era todo su universo, su mundo acababa en los riscos superiores que
rodeaban el valle. En invierno un manto de nieve se extendía desde las
montañas, en verano el río, helado en invierno, rugía con el caudal procedente
de la nieve fundida, las barcas de piel de ciervo se apilaban junto a las
cabañas de la tribu.
El Gran Valle de los Lobos contenía gran cantidad de
animales, entre ellos ejemplares de gran tamaño de aquellos de los que
tomaba su nombre, los lobos de las
montañas, de pelaje negro, que bajaban desde sus loberas situadas en las cuevas
en los altos de las montañas que rodeaban el valle. De este hermoso animal
tomaban su nombre las diferentes tribus del valle, todas ellas pertenecientes
al clan del Lobo.
La de Cruatch era la tribu del Lobo de Hierro, una tribu
pequeña pero importante, gentes de otras tribus del clan del Lobo, y a veces
gentes de otros clanes, acudían en primavera y verano a adquirir mediante el
comercio las preciadas piezas de hierro trabajado por los herreros de las
familias de los Lobos de Hierro. Normalmente procedían de las otras tribus del
clan del Lobo; los Lobos de Madera traían maderas labradas y piezas de cuero
que eran empleadas en tareas tan diversas como sillas de montar y arreos para
los caballos, la construcción de cabañas y la construcción de barcas para
navegar por el tempestuoso río, las cuales eran superiores a las de cualquier
otra tribu, razón por las que también se les conocía como Lobos de Río; los
Lobos de Bronce eran como su propia tribu herreros, que se dedicaban
principalmente a la elaboración de herramientas de uso cotidiano y armaduras,
las cuales la tribu de Cruatch fabricaba con cuero y hierro, y por ello no
solían visitarlos, salvo que buscaran el fino trabajo de sus orfebres en hebillas
de cinturones y joyas labradas; la cuarta y última tribu era la de los Lobos
Espíritu, los chamanes del clan del Lobo, que vivían repartidos entre las otras
tribus del clan en lugar de separados de ellas, como éstas hacían unas con
respecto a las otras.
El actual líder del clan era Borek de los Lobos de Bronce,
el cual había fomentado el uso de las armas de bronce por parte de las tribus
frente a las fabricadas por los Lobos de Hierro, motivo por el cual la tribu de
Cruatch vivía últimamente aislada del resto y se dedicaba cada vez más a la
caza que al comercio de útiles de hierro. Tal vez por eso causó una cierta
conmoción la aparición de un carromato de los Lobos de Madera en las tierras
familiares. Estos grandes transportes eran usados por los ganaderos de la
llanura que se extendía tras el gran valle, mientras que en el norte del valle
era más común encontrarse con las familias de navegantes de los Lobos de Madera
en las zonas de sur era mayor al abundancia de las familias de ganaderos de
dicha tribu.
El habitáculo del carromato era enorme, media entre unos
cuatro y cinco metros cada uno de sus lados y su forma era prácticamente un
cuadrado perfecto con una altura de un hombre, cuatro enormes ruedas a cada
lado sustentaban la construcción y la elevaban a un metro del suelo, toda la
superficie de la caja estaba labrada y decorada hasta el más mínimo detalle,
labor realizada durante generaciones por la familia propietaria del carro,
durante las temporadas en las que los carros estaban detenidos los miembros de
cada familia aumentaban la decoración de sus carromatos con nuevos gravados.
Los Lobos de Madera eran nómadas por antonomasia, nunca quedándose mucho tiempo
en un lugar, viajando bien a lo largo del río o a través de las llanuras del
sur. En la carreta, tirada por tres parejas de búfalos (posiblemente dos machos
y cuatro hembras, como era tradicional en este tipo de vehículos nómadas),
viajaba una familia de cinco miembros y un shaman, un miembro de la tribu de
los Lobos Espíritu asignado a los Lobos de Madera. Sus ocupantes se veían
cansados, agotados por el viaje desde las lejanas llanuras y el gran carromato
presentaba señales de haber escapado de las llamas de un incendio, con los
bordes mostrando marcas de haber sido recientemente acariciado por el fuego.
Escoltaban al carromato a su entrada en la aldea cinco
hombres de la tribu, daba el aspecto de haber encontrado la casa rodante y sus
moradores mientras estaban cazando. Los ojos de los viajeros se veían tristes y
apagados, carentes de la luminosidad lupina descrita en sus canciones por los
bardos de los reinos occidentales.
La suya era una historia extraña, hablaban de la muerte de
Borek y de la ascensión al poder de un joven guerrero, de como este guerrero
había perdido anteriormente su condición de shaman y se había refugiado entre
los Lobos de Bronce, y de la forma en que logró que lo eligieran como sucesor
de Borek a su muerte. Describieron la extraña construcción que la tribu del
bronce estaba levantando al sur del valle, y de como habían masacrado a varias
familias de Lobos de Madera cuando estos se negaron a colaborar en ella.
Sharrat había estudiado para ser un shaman, pero su
codicia era más fuerte que su voluntad de servir al clan, tras ser expulsado de
los Lobos Espíritu por robo, se dirigió hacia Borsik, el hermano pequeño de
Borek, y solicitó ser acogido por la tribu del Lobo de Bronce. Con el tiempo el
hambre de poder de Sharrat le dirigieron a planear un golpe de estado, sabía
que no podía desafiar a Borek directamente, así que con ayuda de Borsik le
tendieron una trampa cuando estaba cazando, para a continuación acabar con
Borsik en un duelo por el manto de Than de Bronce. A continuación tomó para sí
la espada Colmillo de Lobo, símbolo del líder de todo el clan del Lobo.
Iluminado por una idea surgida de las descripciones de las
grandes ciudades, siempre presentes en las narraciones realizadas por los
comerciantes extranjeros que venían de más allá del valle para adquirir el
bronce de la tribu, decidió construir una gran ciudad, o al menos la idea que
él tenía de lo que debía ser una gran ciudad en la entrada del valle, y este
fue el desencadenante del enfrentamiento con los Lobos de Madera. Ursa, la
líder de la facción ganadera de la tribu de madera se opuso a su construcción,
al estar en contra de la cultura nómada de su pueblo, lo cual desencadenó un
ataque por parte de Sharrat contra las familias de los Lobos de Madera, las
cuales tuvieron que huir para evitar una masacre después de ser derrotadas por
los más numerosos Lobos de Bronce.
En estos momentos se encontraban los recién llegados
narrando lo citado anteriormente cuando
el joven Cruatch, que hasta entonces había estado sentado en el suelo
escuchando la narración de lo ocurrido, se levantó y se encaminó hacia el
bosque, algo había llamado su atención, un extraño brillo en la espesura, y
recogiendo su cuchillo de caza del suelo donde lo había dejado al sentarse para
que no le incomodara se dirigió hacia dirigió hacia lo que fuera que había
despertado su curiosidad. La semana anterior una gran tormenta cayó sobre el
poblado, desencadenando rayos y truenos, algunos de los cuales habían derribado
árboles centenarios, y no sería extraño que al hacerlo hubieran descubierto
algún tesoro de los huusen, escondido tiempo atrás por éstos para evitar su
saqueo por los zipakos.
Al llegar al lugar vio un hoyo en el suelo, en el lugar
donde antes se elevaba un majestuoso árbol, tiempo ha podrido y recientemente
derribado por la tormenta, y cerca de allí, entre las ramas del caído centinela
verde, una cadena de hierro acerado con un colgante del mismo material, que
debió permanecer durante largo tiempo en lo alto del árbol, tal vez dejada allí
por alguien hacía siglos. Sin considerar lo que pudiera ocurrirle en las
entrañas de la tierra el joven lobato, colgándose el acerado objeto del cuello,
penetró por el agujero hacia lo desconocido.
El lugar tenía las paredes y el techo de ladrillo, con el
suelo de roca, un pasadizo que penetraba unos veinte o treinta metros bajo
tierra, y que salvo en los primeros metros mostraba una total ausencia de
vegetación en sus superficies. De repente, sin previo aviso, el suelo se
derrumbó bajo sus pies al dar éstos con una superficie de madera, podrida por
la humedad y el tiempo, algún tipo de trampilla, que al quebrarse bajo el peso
del joven bárbaro provocó que este cayera a un lago subterráneo desde una
altura de unos quince metros. El lago era un extensión de tamaño medio, de
heladas aguas oscuras, en uno de cuyos extremos se elevaba sobre el un saliente
de piedra.
Tras recuperarse del impacto contra el agua el joven
bárbaro nadó hacia el saliente de piedra, guiado por la luminiscencia de los
hongos que crecían a las paredes de roca de la caverna. Según se iba acercando
podía advertir más detalles, una especie de figura de piedra representando a un
hombre con armadura dominaba el extremo del saliente y tras ella podía ver
según se acercaba a él un sarcófago de piedra, todo el tallado en la misma
pieza de basalto negro. Se dejó caer en el suelo de piedra del saliente junto a
la estatua del guerrero, resoplando por el esfuerzo llevado a cabo. Tras
tomarse unos momentos de descanso para reponerse Cruatch se dedicó a examinar el saliente de roca, buscando un
modo de salir de allí y volver a la superficie. El lugar estaba prácticamente
vacío, a parte del sarcófago y su pétreo guardián no había sino un cofre
también de roca, con un candado de bronce comido por el oxido. Con un golpe del
pomo de su cuchillo de caza hizo saltar el candado, permitiéndole poder alzar
la tapa del cofre.
En el interior de este, entre telas y pieles ajadas por el
tiempo encontró una sólida espada de hierro acerado, protegida por las telas
del deterioro del tiempo, el arma medía aproximadamente un metro de largo, con
la empuñadura y la cruz decoradas con filigrana que se extendían hasta la mitad
de la hoja donde las formas en espiral formaban palabras en la antigua lengua
huusen.
A pocos metros del cofre, oculto por las sombras de la
estatua y del sarcófago, cuya tapa de negro basalto, sujeto por un respeto
ancestral a los moradores de las tumbas del valle, no se atrevió a intentar
mover, aunque las tribus no tenían iguales reparos a los objetos de valor que
hallaban en ellas, considerando que como el espíritu las había dejado allí era
porque no las necesitaba en los campos del cielo, había un muro de argamasa
tosco, como si alguien hubiera usado un pasadizo para abandonar el lugar
cegándolo después. Sin pensárselo mucho empleó la antigua espada para abrir un
agujero en la pared y se adentró en él buscando una ansiada salida. Tras un
tiempo vagando en los túneles, siempre en sentido ascendente, llegó hasta el
lugar donde había estado al trampilla por la cual había caído, y la sorteó de
un salto, continuando con decisión hacia la boca del túnel por el que había
penetrado bajo tierra.
Había perdido la noción del tiempo mientras estaba en el
lago helado, y el vagar por los túneles tampoco había hecho mucho para mejorar
esa situación, pero no esperaba ver el cielo estrellado al salir, ni
encontrarse con un centinela a las afueras del poblado, en esa época, ya
avanzada la primavera, era raro que las fieras atacaran a los hombres, no así
en invierno, donde las presas más comunes de los depredadores escaseaban.
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Escribí este relato a finales del año 2007... está incompleto, o eso pensaba cuando lo escribí. Mi intención era darle una continuidad, pero ahora veo que tal vez no esté tan incompleto como pensé entonces...