lunes, 5 de agosto de 2013

Tauromaquia


Meditaciones sobre la Tauromaquia


Hace miles de años, cuando la humanidad era joven, hombres y mujeres adoraban a una pareja divina, una diosa generadora de vida y un dios de la naturaleza, y los cuernos eran su símbolo, Dios Astado y Diosa Luna.

La Diosa es eterna, mutando, cambiando como las fases de la luna, pasando de Doncella a Señora, y de Señora a Anciana, mientras que el Dios moría cada año para ser substituido por una versión más joven de sí mismo. Pero la mutable Diosa nunca moría, siempre permanecía, cambiante luna.

Y surgieron las ceremonias, ceremonias para atraer la caza, para aumentar la fertilidad, para protegerse de la naturaleza salvaje, para aplacar a los espíritus... y esas ceremonias no eran sino representaciones... se pintaba o moldeaba un bisonte y se representaba su caza, para garantizar que los cazadores de la tribu tuvieran éxito en su empresa, por ejemplo.

También se representaron en las ceremonias a los Dioses, incluyendo la muerte del Dios Anciano y su renacimiento como Dios Joven, y el Dios era representado con cuernos. Y los brujos se hicieron sacerdotes, y los sacerdotes fueron reyes, y los reyes siguieron representando al Dios en las ceremonias... 

Y para evitar su propia muerte, esos sacerdotes-reyes buscaron un substituto para el sacrificio. Y lo buscaron en los animales con cuernos, y la caza mayor con el tiempo fue cosa reservada a reyes y nobles, pues solo un noble podía matar a un animal noble, y los animales con cuernos eran nobles porque representaban al Dios primitivo.

Y los pueblos de las tierras que rodean al Mediterráneo (y en sus islas) también buscaron un animal con cuernos que representara al Dios en el sacrificio ritual, y lo hallaron en los bóvidos salvajes, los antecesores del toro que hoy en día se lidia en las plazas de España, Francia y Portugal, y en Latinoamérica...

Y así se muestra en dibujos en Creta y en otros lugares de la cuenca mediterránea el ritual del toro, el hombre contra el animal-dios, el sacerdote que encarna al Dios Joven contra el Dios Anciano, que lucha por permanecer hasta que sucumbe en la arena.

Y así tenemos las corridas de toros, la Fiesta por antonomasia, primero reservada a la nobleza, vestida de seda y oro, y luego entregada al pueblo llano (o tomada por el mismo pueblo) cuando la nobleza dejo de realizarla (siendo la versión de la nobleza a caballo, como el actual rejoneo, mientras que el pueblo la realizaba a pie).

Y aun salen hoy en día a la plaza, vestidos de seda y oro, vestidos de nobles, los matadores, a realizar el rito de la muerte del toro, de la muerte del Dios Anciano por el Dios Joven, para asegurar la continuidad del ciclo.

Mas por el camino el ritual se corrompió, y la llegada del catolicismo le cercenó su aspecto ritual y sacro, y quedo como fiesta y entretenimiento, para aquellos que no son capaces de mirar al pasado.

Y le salieron bastardos, toros ensogados, toros lanzados al agua, toros corriendo por las calles, toros a los que se les atan teas ardientes de la cornamenta... versiones chabacanas y carentes del sentido de la forma original, donde la arena el toro y el torero con su cuadrilla (como el rey con su corte) se enfrentan al dios-encarnado-en-toro, sobre la arena, con un capote primero, luego ya sólo, sin su cuadrilla, con muleta y espada, en el lance final que acaba con la muerte del astado.

Respetemos las tradiciones milenarias, las que nos llevan al principio de los tiempos, a los tiempos antes de la historia escrita, cuando solo era dibujada... dejemos al torero hacer su labor, labor peligrosa y a veces ingrata, pues nadie ama al toro como el torero, pues sin él su vida no tendría sentido, ya que existe por y para el ruedo y para ejecutar la muerte del dios-toro.

Y cuando acaba, con el cuerpo del animal aun del ruedo, el torero es juzgado por el pueblo, y recibe premio en función de su arte y su habilidad. Y si tarda en llegar la muerte o el torero no acierta sufre por ello, pues sabe que la noble bestia no merece sino la gloria de una muerte digna en el ruedo, moderna versión del antiguo lugar de la ceremonia.

Y así en las tardes de toros los sacerdotes-toreros ocupan su lugar en el hilo de la historia, dando muerte al dios-toro, en un antiguo ritual que se sumerge en el principio de la humanidad, y hunde sus raíces en las litúrgicas representaciones de la muerte del Dios Anciano por el Dios Joven, realizadas antaño tal vez, acaso, en noche clara y brillando en el cielo la Diosa-luna.

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