Meditaciones sobre la Tauromaquia
Hace miles de
años, cuando la humanidad era joven, hombres y mujeres adoraban a una pareja
divina, una diosa generadora de vida y un dios de la naturaleza, y los cuernos
eran su símbolo, Dios Astado y Diosa Luna.
La Diosa es eterna,
mutando, cambiando como las fases de la luna, pasando de Doncella a Señora, y
de Señora a Anciana, mientras que el Dios moría cada año para ser substituido
por una versión más joven de sí mismo. Pero la mutable Diosa nunca moría,
siempre permanecía, cambiante luna.
Y surgieron las
ceremonias, ceremonias para atraer la caza, para aumentar la fertilidad, para
protegerse de la naturaleza salvaje, para aplacar a los espíritus... y esas
ceremonias no eran sino representaciones... se pintaba o moldeaba un bisonte y
se representaba su caza, para garantizar que los cazadores de la tribu tuvieran
éxito en su empresa, por ejemplo.
También se
representaron en las ceremonias a los Dioses, incluyendo la muerte del Dios
Anciano y su renacimiento como Dios Joven, y el Dios era representado con
cuernos. Y los brujos se hicieron sacerdotes, y los sacerdotes fueron reyes, y
los reyes siguieron representando al Dios en las ceremonias...
Y para evitar su
propia muerte, esos sacerdotes-reyes buscaron un substituto para el sacrificio.
Y lo buscaron en los animales con cuernos, y la caza mayor con el tiempo fue
cosa reservada a reyes y nobles, pues solo un noble podía matar a un animal
noble, y los animales con cuernos eran nobles porque representaban al Dios
primitivo.
Y los pueblos de
las tierras que rodean al Mediterráneo (y en sus islas) también buscaron un
animal con cuernos que representara al Dios en el sacrificio ritual, y lo
hallaron en los bóvidos salvajes, los antecesores del toro que hoy en día se
lidia en las plazas de España, Francia y Portugal, y en Latinoamérica...
Y así se muestra
en dibujos en Creta y en otros lugares de la cuenca mediterránea el ritual del
toro, el hombre contra el animal-dios, el sacerdote que encarna al Dios Joven
contra el Dios Anciano, que lucha por permanecer hasta que sucumbe en la arena.
Y así tenemos
las corridas de toros, la Fiesta por antonomasia, primero reservada a la
nobleza, vestida de seda y oro, y luego entregada al pueblo llano (o tomada por
el mismo pueblo) cuando la nobleza dejo de realizarla (siendo la versión de la
nobleza a caballo, como el actual rejoneo, mientras que el pueblo la realizaba
a pie).
Y aun salen hoy
en día a la plaza, vestidos de seda y oro, vestidos de nobles, los matadores, a
realizar el rito de la muerte del toro, de la muerte del Dios Anciano por el
Dios Joven, para asegurar la continuidad del ciclo.
Mas por el
camino el ritual se corrompió, y la llegada del catolicismo le cercenó su
aspecto ritual y sacro, y quedo como fiesta y entretenimiento, para aquellos
que no son capaces de mirar al pasado.
Y le salieron
bastardos, toros ensogados, toros lanzados al agua, toros corriendo por las
calles, toros a los que se les atan teas ardientes de la cornamenta...
versiones chabacanas y carentes del sentido de la forma original, donde la
arena el toro y el torero con su cuadrilla (como el rey con su corte) se
enfrentan al dios-encarnado-en-toro, sobre la arena, con un capote primero,
luego ya sólo, sin su cuadrilla, con muleta y espada, en el lance final que
acaba con la muerte del astado.
Respetemos las
tradiciones milenarias, las que nos llevan al principio de los tiempos, a los
tiempos antes de la historia escrita, cuando solo era dibujada... dejemos al
torero hacer su labor, labor peligrosa y a veces ingrata, pues nadie ama al
toro como el torero, pues sin él su vida no tendría sentido, ya que existe por
y para el ruedo y para ejecutar la muerte del dios-toro.
Y cuando acaba,
con el cuerpo del animal aun del ruedo, el torero es juzgado por el pueblo, y
recibe premio en función de su arte y su habilidad. Y si tarda en llegar la
muerte o el torero no acierta sufre por ello, pues sabe que la noble bestia no
merece sino la gloria de una muerte digna en el ruedo, moderna versión del
antiguo lugar de la ceremonia.
Y así en las
tardes de toros los sacerdotes-toreros ocupan su lugar en el hilo de la
historia, dando muerte al dios-toro, en un antiguo ritual que se sumerge en el
principio de la humanidad, y hunde sus raíces en las litúrgicas representaciones
de la muerte del Dios Anciano por el Dios Joven, realizadas antaño tal vez,
acaso, en noche clara y brillando en el cielo la Diosa-luna.