Cruatch de los Lobos (continuación)
Atardecía cuando
llegaron, entraban en las cabañas de los lugareños, sacando a la gente de sus
hogares, arrastrándolos cuando se resistían, mientras un sacerdote les citaba
los cargos por los que serían ajusticiados. Uno se repetía continuamente,
"magia"; en el linde del pueblo, ocultos en el bosque, se habían
refugiado un pequeño grupo de personas, en su mayoría mujeres y niños. La
mayoría de los hombres estaban en el bosque o en el campo; las tropas del señor
habían llegado cuando apenas quedaban en el pueblo mujeres, niños y ancianos.
Cruatch,
con apenas siete años, vio desde el linde del bosque como se llevaban a la
anciana Alia, la curandera del pueblo, y la juntaban con el resto de la gente
en los carros. Algunos ya se habían refugiado en las profundidades del bosque,
pero algunos jóvenes, Cruatch entre ellos, decidieron quedarse para rescatar lo
que pudieran de las cabañas en cuanto se marcharan los soldados; era peligroso,
pero debían hacerlo. La lluvia comenzó a caer, una lluvia fina, helada, que
calaba hasta los huesos, pero no podían abandonar su puesto, agradecieron a los
dioses la lluvia, pues esta haría que los guardias no pudieran prender fuego a
las cabañas. Y a los guerreros-zorro no les gustaba mojarse con agua, como
decía su maestro, preferían el vino.
Las casas habían quedado vacías, quien pudo escapar hacía tiempo que lo
había hecho, quien no, había acabado prisionero de los sacerdotes. Los jóvenes,
tal vez demasiado jóvenes, recorrían las cabañas recogiendo todo lo que
consideraban importante, principalmente comida y herramientas, cuchillos,
hoces, azadas, la última cabaña en la que Cruatch entró era la de Alia, allí
bajo el camastro, encontró un cuchillo con un mango envuelto en tela negra, en
una funda de tela del mismo color, en otros lugares de la casa encontró
hierbas, que sabía servían para curar, las conocía por haberlas visto emplear a
la anciana Alia cuando su madre enfermaba, el último objeto en que reparó antes
de abandonar la vieja cabaña fue un torque, medio escondido dentro de un tarro,
cubierto de restos de grano.
Estaba hecho de bronce, dorado y pesado, un adorno que sólo recordaba
de las leyendas, nadie en la aldea, que él supiera, poseía uno, hasta ahora. Lo
puso con el resto de cosas que había recogido y abandonó el lugar, entrando en
el bosque con sus compañeros, todos cargados con los frutos de su "rescate”.
Un
grupo de hombres del poblado habían logrado adelantarse a los guardias. Esperaban
emboscados para liberar a sus familiares de los carros que se acercaban a ellos
por el camino cuando la tormenta se desató, los caballos se desbocaron y los
guardias se cayeron de sus monturas. Algunos se dirigieron corriendo hacia
ellas, intentando recuperarlas, mientras que otros permanecieron montando
guardia alrededor de los carros. En ese momento los hombres salieron de la
espesura cayendo sobre las tropas el señor armados con azadas, hoces y demás
utensilios de labranza. Los más jóvenes, Cruatch entre ellos, permanecían en la
espesura, vigilando por si volvían el resto de los soldados, listos para dar la
voz de alarma, cuando la vio, la anciana Alia había mirado al bosque en su
dirección, durante un momento sus miradas se cruzaron y lo ojos de la anciana
se encontraron con los suyos y le pareció ver en el rostro de Alia un gesto de
asentimiento, en ese momento una extraña energía recorrió el cuerpo de Cruatch,
justo en el momento en que un soldado atravesaba el cuerpo de la anciana con su
lanza, acabando con su vida en el instante. Cruatch cayó como desmayado en ese
momento.
Estaban reunidos en el bosque, los sabios, que hacía tiempo habían
decidido ocultarse en las cuevas de los montes cercanos, estaban con ellos.
Sólo Alia se había negado a irse cuando el resto desaparecieron, ella afirmaba
que debía continuar allí donde el resto lo habían dejado, debía enseñar a los
jóvenes las tradiciones; ese era el motivo de la presencia de Alia en el
pueblo, la única anciana que residía en él.
Cruatch estaba allí, llevaba el torque al cuello y parecía mayor que en
el último sueño, más fornido, como si hubiera pasado cuatro o cinco años oculto
en el bosque, posiblemente tendría entre doce y catorce años. Su mirada también
había cambiado, parecía más sabio, con esa sabiduría que dan los años, la sólo
se transmite en el grupo familiar, en la tribu, en el clan. En el grupo debía
haber cerca de veinte personas, entre hombre y mujeres, y pocos eran tan
jóvenes como Cruatch. Una mujer se dirigió al centro círculo que formaba el
grupo desde un extremo y un hombre se unió a ella allí desde el otro.
-Estamos aquí para recibir a Cruatch hijo de Thom, hijo de Cruatch el
Viejo, en este círculo como uno más. Adelántate, Cruatch hijo de Thom –las
palabras de la mujer resonaban en la arboleda.
El joven dio un par de pasos al frente situándose ante la pareja.
El hombre habló –Si hay alguien aquí que quiera hablar en favor de Cruatch,
hijo de Thom, puede hacerlo.
Keylen avanzó un paso, era uno de los miembros del grupo que años atrás
había entrado en el pueblo tras la marcha de los soldados junto con Cruatch. –Cruatch
es Cruatch, él recuperó el torque de la casa de Alia, él fue el primero en
entrar en la aldea, es adecuado acogerlo en este círculo.
Cruatch estaba
asombrado, en un principio Keylen siempre le había envidiado por esos hechos,
pero parecía que la ceremonia que él iba a pasar ahora, la que Keylen había
pasado el año anterior, le había hecho madurar.
Keylen había vuelto a su lugar
en el círculo, mientras que la mujer elevaba los brazos en dirección a Cruatch. -Han hablado en tu favor, presenta tu cuchillo a tus hermanos y
hermanas.
Despacio, con la mano firmemente aferrada a él, sacó de entre sus ropas
el cuchillo, el mismo que había recogido en la cabaña de Alia, lo había
guardado todos estos años, sin utilizarlo para nada, esperando este momento.
Una exclamación de admiración se ahogó en las gargantas de muchos de lo
presentes, al reconocerlo como el de la fallecida Alia.
-Este es mi cuchillo –su voz era firme, una afirmación sencilla pero
cargada de simbolismo, durante todo el año había estado aprendiendo, escuchando
las leyendas e historias contención, esperando este momento.
-La afirmación está hecha, no hay más que añadir. – Tras esas palabras
del hombre que estaba frente a él, ambos, el hombre y la mujer comenzaron a
narrar una historia, una antigua historia sobre un dios y una diosa, sobre como
ambas deidades se habían conocido, sobre como ella obtuvo poder de él, y él de
ella. mientras ocurría todo esto a su alrededor, Cruatch notó como el tiempo
parecía ir más despacio, hasta casi detenerse, como las palabras entraban en él
y se fundían con sus pensamientos. apenas notó cuando acabaron de hablar y
recibió de la mujer los besos sagrados que lo marcaban como un iniciado en los
misterios del círculo.
La
ceremonia continuó, Cruatch volvió a su lugar en el círculo y participó con el
resto en los antiguos ritos de su pueblo, ritos anteriores ala llegada de los
romanos, anteriores a la llegada del cristianismo, anteriores a los nobles que
ahora los gobernaban, una conexión con la historia más primitiva de su pueblo,
una historia que no estaba escrita en papel, sino en las leyendas que se
narraban alrededor de los fuegos nocturnos, en la intimidad que sólo puede
existir entre las gentes que llevan generaciones conviviendo juntas, aisladas
de toda influencia extranjera, al menos, si no en la forma en la que vivían, si
en el fondo, en la esencia de sus vidas.
Cruatch
seguía viviendo en el bosque, las tropas del señor de vez en cuando los
acosaban en los bosques, cada vez menos, pues las tropas eran más necesarias en
las contiendas contra otros nobles e incluso los soldados preferían combatir en
ellas que adentrarse e los bosques buscando aldeanos a los que poco les quedaba
por serles robado, muchos de sus conocidos y vecinos se habían integrado poco a
poco en la vida de los pueblos vecinos, sobre todo en el último año, cuando los
enfrentamientos del señor con otros nobles se habían hecho más intensos.
Algunos aseguraban que si no hubiera sido por la presencia del sacerdote aquel
fatídico día, hacía años, los soldados se habrían limitado a pedir un soborno,
tal vez intentar aterrorizarles un poco, y se habrían ido.
Ahora
los bosques y las cuevas eran sus hogares, los ancianos que quedaban, muchos
había muerto por el paso de los años, siguiendo el ciclo de la vida, les habían
enseñado todo lo que ellos habían aprendido cuando tenían su edad. Ahora eran
un grupo de unas veinte personas, hombres y mujeres jóvenes, guiados por tres
ancianos que aun conservaban la fuerza suficiente para permanecerán el bosque.
Los restantes habían vuelto a las aldeas y pueblos vecinos, acogidos por
familiares y amigos, aunque volvían en las noches de luna llena, acompañados de
gentes de los poblados donde ahora residían, para continuar rindiendo culto a
los dioses antiguos.
Keylen se había convertido en el líder del grupo, y mientras que el
resto permanecían la mayor parte del tiempo en el bosque, él y Cruatch solían
realizar incursiones en las tierras de los alrededores para robar comida. Tras
el rito de iniciación de Cruatch entre ambos había surgido un sentimiento de
hermandad. El hermano de Keylen se había dio con su madre a vivir a una de las aldeas
vecinas, mientras que de la familia de Cruatch ya no quedaba nadie, sólo una hermana
de su padre, que vivía en las tierras de un señor vecino. A veces recibía
noticias de ella por medio de conocidos, pero lo normal era que pasaran meses
entre una comunicación y otra. No extrañó a nadie que un día decidiera
abandonar la seguridad del bosque para ir a buscarla.
-No deberías ir –la voz de Keylen era tajante –sabes que nos están
buscando, además es territorio extranjero –los señores habían instituido la palabra
extranjero para designar a los territorios que no fueran los propios, en u intento
de lograr un sentimiento de patriotismo entre las gentes bajo su autoridad.
-No es extranjero. las historias de Alia lo decían claramente, nuestros
abuelos vivieron en esas tierras durante un tiempo, y la Montaña Azul esta allí, donde las historias permanecen
gravadas en la roca. –El tono de Cruatch al repetir las palabras oídas una y
otra vez cuando eran pequeños parecía estas teñido del saber de generaciones.
–Tendré cuidado, hace ya más de una estación que no se nada de ella, debo
averiguar si ha ocurrido algo.
-Te hecharé de menos, hermano, –La mano izquierda de Keylen cayó sobre
su hombro mientras que la derecha le ofrecía una bolsa –toma, necesitarás esto
allá a donde vas. Me gustaría poder acompañarte, pero mi deber está aquí, sobre
ton ahora que los ancianos están enfermos, cuando vuelvas te estaremos
esperando.
"Cuando vuelvas", no si "vuelves", la fe en que iba
a volver le dio fuerzas. –Gracias, hermano, cuida del resto, y suerte con Myra.
-¿Cómo sabes lo de Myra? –Todo el mundo sabía lo de Keylen y Myra,
habían estado manteniéndolo a escondidas a los ojos de sus familiares, pero
para los Hermanos del Bosque, como se llamaban entre ellos los miembros del
grupo, era claro que existía algo entre su líder y la bella Myra.
-Keylen, ¿olvidas que hablo con los pájaros?
Hablar con los pájaros, fue él quien le dijo eso una vez a Cruatch,
cuando lo encontró sentado junto a un roble, meditando, con pájaros posando a
su alrededor, "Realmente, hermano, parece que hablas con los
pájaros", desde entonces cada vez que lo veían en actitud meditativa
siempre había alguien que le mencionaba la frase dicha por Keylen, lo que había
acabado por convertirse en un apodo, "Cantor de Sueños", a causa de
su facilidad para interpretar lo sueños y visiones de la gente.
Otros en el grupo tenían apodos; Myra era conocida como "la Dama
del Río", pues pasaba casi todo su tiempo libre en él; Artur era "el
Caballero", por su amabilidad extrema; Rosa era "Bellaflor",
pues un día comentó que su nombre era el de "la más bella flor que
existe"; Keylen era llamado "el Conde", a causa de su posición
entre los Hermanos; y así todos habían recibido el suyo.
El viento soplaba desde el mar
hasta los acantilados, allí, junto al montículo de piedras donde la llama-guía
ardía cuando el sol ya no brillaba y su blanco humo se elevaba como columna de
mármol con el sol en lo alto, alimentada por los sacerdotes, envueltos en el
aroma del mar, se preparaba la apertura
al mundo de un nuevo grupo de novicios, elegidos entre los hijos de las
familias de las cercanías y preparados durante tres años por los maestros
sacerdotes. Aquel era el mismo lugar donde su antepasado inició su viaje a las
brumas, allí era donde sus herederos aguardaban su regreso, y allí era donde
rezaban a la Gran Madre, Señora de las Aguas, y al Padre de los Bosques, su
consorte.
La Gran Sacerdotisa y Suma
Sacerdotisa del Bosque había venido
desde el interior ala costa para ser testigo de las iniciaciones y guiar
los ritos. Su predecesora, la Suma Sacerdotisa del Mar, había fallecido ese
invierno, fue gracias a uno de los sacerdotes menores, Cruatch, que los ritos
de ese año no serían inferiores a otros, pues recorrió un largo camino para ir
a buscar a la Señora del Bosque y pedirle que dirigiera los sagrados ritos.
Junto a la Gran Dama una niña
permanecía en silencio, muy atenta a cada palabra que la Suma Sacerdotisa
decía, era una hija del bosque que había sido recogida y educada por Cruatch.
Él había visto en la niña algo
único, una fuerza interior sino en un puñado de sacerdotes consagrados. Sabía
que todavía no había llegado su momento, esa hija de los bosques aun tardaría
un par de años como mínimo en estar preparada para su iniciación, pero como
receptora de la sabiduría de un iniciado, su lugar estaba con los demás en el Círculo,
junto al resto de seguidores del Dios y la Diosa.
La luna llena se preparaba a
alzarse en el cielo, y gentes de todas partes habían acudido a este ritual de
madurez. Sacerdotes y sacerdotisas realizaban los preparativos de los diversos
rituales menores que en esa noche iban a
tener lugar (actualmente se les denominaría brujos y brujas).
(…)
La voz de la Suma Sacerdotisa se
alzaba por encima de las olas, ya la luna estaba a punto de llegar a su cenit,
y los fuegos estaban encendidos desde hacía algún tiempo.
-Llamo a los espíritus del Este,
silfos y céfiros, les pido que se manifiesten y que protejan nuestros
ritos - ante estas palabras algunos de
los novicios temblaron al sentir a las matas de hierba y a las ramas de los
árboles moverse ante una repentina brisa que venía del interior. El resto de
los presentes, que ya estaban acostumbrados a estas manifestaciones de los
Espíritus del Aire, no se inmutaron al sentir la respuesta de éstos.
-Llamo a los espíritus del fuego,
guardianes del Sur, salamandras y dragones, para que protejan nuestros ritos… -
las hogueras parecieron avivarse en ese instante en respuesta de la llamada de
la Suma Sacerdotisa y los presentes notaron como el calor penetraba en ellos en
aquella noche fría.
-Llamo a los espíritus del agua,
- estas palabras no fueron pronunciadas por al Suma Sacerdotisa, sino por un
Sacerdote del Mar, un veterano de aquellas costas, acostumbrado a tratar con
los elementales del Agua -Espíritus del Oeste, sirenas y tritones del mar,
ninfas de los ríos, sed presentes en esta noche para guardar y proteger
nuestros ritos.
En ese instante una ola chocó
contra los acantilados y gotas de agua marina se alzaron sobre los presentes
para caer como un rocío salado sobre ellos.
La voz de la Suma Sacerdotisa
retomó las invocaciones. – Oh, Señores del Norte, moradores de la negra tierra
que nos alimenta, os llamo, duendes y gnomos, para que seáis testigos y
guardéis nuestros ritos.
Nadie más lo vió, pero la joven
niña del bosque juraría después que vió una flor a sus pies abrirse como si el
sol brillara en el cielo.
Es muy hermoso..
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