La Clínica
El pasillo se introduce bajo el nivel del suelo nada más cruzar la puerta de entrada desde la calle, prolongándose durante más de una docena de metros, suficientes como para saber que al final del mismo te encuentras bajo un edificio diferente a aquel en el que se encontraba la puerta de entrada.
Las paredes del pasillo están decoradas con carteles que anuncian los productos estrella de temporadas pasadas, iluminados por una sucesión de neones parpadeantes y pilotos rojos de las cámaras de seguridad que cuelgan del techo.
Al final del pasillo una cortina de cuentas de plástico multicolor cubre el hueco donde en otro tiempo hubo una puerta. Si la atravesaras sin más te encontrarías con una luz cegadora y una voz robótica que procedería a realizar un interrogatorio a todo aquel que no fuera un cliente habitual autorizado, antes de permitirle acceder a la clínica en sí misma.
Nunca se ha visto al Dr. Pulaski, aunque es su nombre el que aparece en la media docena de diplomas que cuelgan de las paredes, alternándose con estanterías llenas de equipo variado que se elevan del suelo al techo. Servos y microsofts con programas variados se entremezclan con prótesis de manos, piernas, brazos, ojos... como si fuera el laboratorio del un moderno Herbert West.
No creo que ninguno de sus clientes habituales pensara que el doctor Joey, o Joy, como pedía ser llamado, estuviera en posesión del título de médico, de ser así estaría trabajando en un hospital de verdad, o en una de las lujosas clínicas del centro corporativo, y no en la extraurbe.
Al entrar en la clínica en sí, si tu acceso es aceptado y no eres recibido por los sistemas de defensa automáticos ocultos en las paredes, lo primero que llama la atención es la colección de batas médicas de todos los colores que llenan un perchero tipo burro, el cual dobla su funcionalidad al actuar como biombo delimitando el área de "recepción" de la clínica.
El propio Joey suele llevar una de estas coloridas batas sobre su mono de trabajo azul oscuro, más propio de un mecánico con el que se le puede ver a todas horas. Con su metro sesenta centímetros de altura, su figura delgada y su rostro sonriente, Joey podría ser confundido con un adolescente, hasta que se pone a trabajar y pone su "cara de concentración", revelándose en ella las arrugas de la edad.
En contra de lo que los medios suelen contar, la Clínica Pulaski, como es conocida en la calle, al igual que la mayoría de clínicas callejeras, suele trabajar de día. -Por las noches -decía Joey -nuestros clientes están demasiado ocupados intentando no morir mientras reunen el dinero suficiente para poder pagar nuestras facturas.
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